He tenido la suerte de vivir todavía una época en la que el atontamiento generado por la ingesta de horas y horas de televisión y videojuegos eran mínimo o prácticamente inexistente, y en lugar de estar encerrados en casa vivíamos al límite nuestra infancia, eso sí, dentro del radio de acción de nuestras madres, que de vez en cuando se asomaban al balcón para ver si seguíamos por allí... Pero además, he tenido la gran suerte de tener unos padres interesados en pasar con mi hermano y conmigo el poco tiempo libre que tenían, los domingos básicamente porque, aunque ya no nos acordamos, hasta hace muy poquito el sábado era otro día laboral más para la mayor parte de los mortales... Mi padre, cámara al cuello, y mi madre, provista de pipas y agua para todos, nos montaban en el coche y nos llevaban a visitar todos esos sitios que hoy los turistas acaparan masivamente: la Mezquita, el Alcázar, Medina Azahara, el Castillo de Almodovar... son algunos de los escenarios de mi niñez... Junto a ellos los Museos, pocos pero con sustancia: el Taurino, Bellas Artes, el de Julio Romero de Torres y, mi preferido, el Museo Arqueológico.
Callejear por la judería y aparecer, sin saber muy bien cómo, en la plaza de Jerónimo Páez era para mí algo muy emocionante que no puedo expresar con palabras, ni quiero en realidad, pues son sensaciones y emociones que conservo egoistamente como tesoros insustituibles. La fabulosa portada del Palacio, que da nombre actualmente a la plaza, me llamaba poderosamente la atención; esas figuras desdibujadas por el tiempo, la grandiosidad del vano adintelado, los relieves que insinuaban figuras con interesantes significados...
MªAngeles Jordano Barbudo en un momento de su conferencia |
Huelga decir que no defraudó en absoluto; Dª Mª Angeles Jordano nos ilustró acerca de la historia del edificio y de la familia que lo habitó, desde Martín Ruíz de la Cerca hasta Luis Páez de Castillejo, quién acometió la reforma humanista del edificio y la susodicha portada, obra de Hernán Ruíz II. Desconocemos cómo sería el vano de entrada al Palacio antes de la transformación renacentista, aunque por tradición morisca podemos intuir que sería un simple dintel, que sirvió de base para los nuevos aires que venían de Italia y que tan acertadamente plasmó el arquitecto cordobés... Es una pena que esas figuras que de pequeña me sorprendían tanto estén cada día más desdibujadas por el tiempo... y por el hombre
ains.... qué subidón da encontrar charlas sobre cosas que nos interesan... Todavía recuerdo con una sonrisa el ciclo de conferencias sobre Francis Bacon al que asistí GRATIS hace unos años en el centro cultural al que solía ir.
ResponderEliminarPor cierto, vaya suerte tener unos padres que te llevaran a conocer ese tipo de cosas. Los míos eran un rollazo; a lo más que llegaban era a sacarnos por el parque con las bicis. No tenían interés por nada................... Este ha sido uno de los motivos, entre otros muchísimo más graves, por los que he tenido tanto resentimiento hacia ellos...
En fin... no me quiero deprimir pensándolo más...
En cuanto a la entrada anterior sobre el efecto Pigmalión, estoy de acuerdo y creo en él al 100%; esto no tiene por qué tener siempre solo connotaciones negativas, existen efectos Pigmalión de lo más positivos, afortunadamente.
Saludos :-)
En Córdoba hay pocas charlas de este tipo, teniendo el cuenta el enorme bagaje cultural de la ciudad, y encima no tengo tiempo para asistir a la mayoría... pero a veces me pongo seria conmigo misma y me obligo a dejar otras cosas para poder asistir a charlas y exposiciones que me interesan, y no sólo eso, que me llenan, me completan, me estimulan... seguro que me entiendes...
EliminarA los padres no hay que guardarles rencor Pequeña Salvaje... no les dan un manual de instrucciones de cómo serlo, y además no todo el mundo vale... quédate sólo con lo bueno, aunque sólo sea el hecho de que gracias a ellos estás aquí y eres como eres...
Gracias por leerme!!! :)