Para
empezar, debemos matizar que Frida no era feminista en el sentido setentero del
término, es decir, no se enmarcaba en un movimiento ideológico determinado,
puesto que eso implicaría una intencionalidad; nuestra artista plasmaba su
interior, lo que sólo una mujer podía sentir y experimentar y lo convertía en
un mensaje que, con los años, se ha recogido en forma de conciencia feminista
crítica.
|
La Adelita, Pancho Villa y Frida (1927)
|
Es evidente que vida y obra son inseparables en Frida; para Eli Bartra este hecho es
característico de las mujeres artistas, ya que la mujer está más relacionada
con el entorno doméstico y más relacionada con el mundo de las emociones,
quedando excluida de la vida pública.
Este es claramente el caso de Frida que, viviendo a la sombra de un famoso
pintor como era Diego Rivera, se conformaba con pintar para ella y para sus
amigos y familiares; sin embargo, no sólo pintará su vida interior sino que
universalizará sentimientos que pueden considerarse propiamente femeninos, temas
de mujeres y entendibles por mujeres: abortos, embarazos, suicidios, maltratos,
infidelidades; llega incluso al incómodo tema de la homosexualidad femenina, es
decir, da visibilidad a una problemática soslayada por la ideología dominante,
en lo que Rancière llamó “guerra humanitaria” donde “este derecho absoluto del sin derecho, sólo puede ser ejercido por un
otro”.
Esta faceta responsable de nuestra
artista, gracias a la cual su pintura se convierte en una auténtica arma
“política”,
aparece ya en sus años como “Cachucha”; muestra de ello es su obra “La Adelita,
Pancho Villa y Frida” (1927), donde, junto a su faceta revolucionaria, no deja
pasar la ocasión de representar el papel que la mujer tuvo en la lucha, junto a
los hombres: eran las llamadas “Adelitas”, que también intervinieron
activamente como enfermeras, cocineras e incluso soldados.
Desde
pequeña, Frida no estaba dispuesta a seguir el camino que se suponía adecuado
para una mujer: atesoraba juguetes de niños, se relacionaba con grupos de
muchachos (los Cachuchas), vestía trajes de hombre, tenía cierto aire “varonil”
con sus pobladas cejas y bigote… una actitud cuanto menos provocadora que, sin
embargo, no era más que consecuencia de una fuerte personalidad y una búsqueda
de su propia identidad que comenzó, podría decirse, a raíz del accidente
sufrido el 17 de
septiembre de 1925 y que fue determinante en la formación de Frida, tanto desde
el punto de vista artístico como desde el punto de vista femenino.
Como artista, dicho accidente fue el
motivo por el cual empezó a interesarse por la pintura, como ella misma reconoce
en una carta a Julien Levy;
como mujer, el accidente le dejó importantes cicatrices tanto físicas como
psicológicas. Al estar tanto tiempo empotrada en una cama pasaba largas horas
delante de un espejo para autorretratarse, y en él empezó a encontrar su
“otredad”,
una Frida enferma y triste que construyó una máscara que usaba en todos sus
autorretratos, y que se limitaba a vestir y peinar de una u otra manera como si
de una muñeca se tratara. Esta imagen hierática, casi desafiante, es la misma
que podemos ver en algunos trabajos de artistas feministas actuales como Ana
Mendieta que, además, trabaja sobre un elemento característico de muchas obras
de Frida: la ambigüedad (recordemos “Trasplante de pelo facial” de 1972).
|
Autorretrato con pelo cortado (1940) |
En efecto, uno de los campos de
trabajo del arte feminista es el cuerpo humano, y en concreto la “identidad”
del individuo. En 1929, la psicoanalista Joan Riviêre publicó La feminidad como mascarada, donde
exponía que la feminidad era una especie de disfraz que la mujer se ponía o se
quitaba dependiendo de su relación con el hombre, de manera que su conducta
nada tenía que ver con su condición sexual.
No sabemos si Frida tuvo la oportunidad de conocer este escrito, pero esta
misma idea se puede rastrear en algunas de sus pinturas, incluso en sus propias
palabras: “En otra época me vestía como
muchacho, con el pelo al rape, pantalones, botas y una chamarra de cuero, pero
cuando iba a ver a Diego me ponía un traje de tehuana”.
Con esto nos demuestra dos cosas: por un lado el grado de complacencia que
tenía con Diego, al cual le gustaba verla vestida con el atuendo tradicional
como reivindicación de la mexicalidad; por otro, la conformación de una
personalidad tan fuerte que no necesitaba reafirmarse mediante su apariencia
física. Sus ropas y abalorios mexicanos eran usados como propaganda política,
mientras que su identidad como mujer y como persona no dependía de nada externo
a ella. Sin embargo, Frida también usaba su apariencia como muestra de su
rebeldía ante la actitud machista de Diego; en “Autorretrato con pelo cortado”
(1940), pintado justo después de su divorcio, recurre a la letra de una famosa
canción para acompañar su autorretrato vestida de hombre y con el pelo recién
cortado, de manera que elimina totalmente la imagen femenina que Diego decía
adorar. Para Eli Bartra, la cólera y la ira han sido en ocasiones el punto de
arranque de la creatividad femenina;
si bien en este caso queda ejemplificado, no puede considerarse una
característica de un arte ni femenino ni feminista puesto que en el arte hecho
por hombres también es fácil encontrar ese componente.
La relación
tempestuosa que mantuvo con Diego Ribera, también ayudó en la formación de esa
imagen feminista de Frida; a pesar de la devoción que sintió toda su vida por
el muralista, la infidelidad de Diego con su hermana Cristina en 1934(una entre
muchas) constituyó un antes y un después: se impuso una nueva Frida, una mujer
“moderna” en el sentido que hoy utilizamos, independiente, con ideas claras
sobre ella y su relación con Diego, consciente de su valía como artista y sin
miedo a nuevas experiencias en el terreno personal y emocional, en una búsqueda
constante de la felicidad. Desde la traición de su esposo con su hermana, la
mexicana comienza a vivir su vida sola y lucha por su independencia económica,
sentenciando: “Jamás tomaré dinero de
ningún hombre hasta mi muerte”,
comenzando así su andadura profesional y vendiendo su trabajo. Para ello tiene
que volver a viajar, pero esta vez no de la mano y a la sombra de Diego Rivera,
sino como Frida Kahlo, la artista mexicana que Bretón llevó a París y que
triunfó en una exposición en la que cosechó “grandes felicitaciones a la chicua, entre ellas un abrazote de Joan
Miró y grandes alabanzas de Kandinsky para mi pintura, felicitaciones de
Picasso y Tanguy, de Paalen y de otros…”.
Y junto a su nueva faceta de mujer trabajadora, surgió también la famosa
bisexualidad de Frida; como culmen de su renovada libertad, las nuevas
relaciones que comenzó a tener en sus viajes sin Diego la llevaron a una vida
sexual activa y desinhibida tras entender que no debía depender de nadie. Esta
faceta de mujer fuerte e independiente, sin embargo, ha sido recogida por el
feminismo muy superficialmente pues, indagando en sus escritos y obras, era
sólo una máscara más que Frida deseaba mostrar al mundo y a Diego.
|
Henry Ford Hospital (1932) |
Pero el feminismo no se ha
equivocado en ver en nuestra artista un ejemplo de lucha por la causa. El mismo
Diego se dio cuenta de ello: “La primera
vez en la historia del arte que una mujer ha expresado con franqueza absoluta,
descarnada y, podríamos decir, tranquilamente feroz, aquellos hechos generales
y particulares que conciernen exclusivamente a la mujer”.
El más evidente fue la frustración por no poder ser madre y el sufrimiento que
se siente ante un aborto. En “Henry Ford Hospital” (1932), Frida describe el
aborto involuntario que sufrió en Detroit a través de unas imágenes simbólicas:
un caracol, como símbolo de la lentitud; un torso femenino, que enseña el
interior de una mujer; un elemento mecánico, que simboliza lo “mecánico” y frío
que fue el proceso; una pelvis fracturada, como culpable de la desgracia; una
flor marchita, imagen de su sexo; un feto, que flota encima de ella… y ella
tumbada en una cama ensangrentada. A los pocos meses, otra pintura puede
ponerse en relación también con este hecho, “Mi nacimiento”, en la que una
Frida asoma la cabeza de su madre que yace muerta con la cara tapada;
evidentemente no era su madre, quizá sería una forma de expresar su propia
muerte metafórica tras dar a luz a un feto muerto. En cualquier caso, ambos
cuadros ocultan un desgarrador mensaje para las mujeres y entendido plenamente
sólo por ellas, drama e impotencia ante la crueldad de perder un hijo.
|
Unos cuantos piquetitos (1935) |
Junto a esta necesidad de expresión
de su mundo interior, también hay una Frida comprometida con el mundo que la
rodea y no sólo desde el punto de vista político, del que ya hablamos antes. El
artista como ser político, debía estar siempre alerta ante los sucesos que lo
rodeaban y responder con su trabajo,
es decir, implicarse de la mejor forma que sabía con una realidad siempre
plagada de hechos denunciables, ya fuera algo que afectara a un país entero o
algo más particular que afectara a una única persona, a la mujer en este caso;
se puede decir que Frida es una de las primeras artistas del siglo XX en
plasmar el drama de la violencia de género, término éste muy actual, pero que
esconde una realidad de siglos de existencia. “Unos cuantos piquetitos” (1935),
se basa en una notica que Frida leyó en un periódico local: una mujer había
sido asesinada por celos y en su defensa el hombre declaró “sólo fueron unos
cuantos piquetitos”. El impacto por la crueldad implícita en estas palabras hizo
que, una vez más, la ira fuera vehículo para su pintura. La sangre es la
auténtica protagonista del cuadro, que incluso invade el marco, lo que
cuantitativamente se opone a la leyenda escrita encima de la escena. Pero si
brutal y atroz parece esta imagen, mucho más inhumano y sádico es el dibujo
preparatorio, donde se representa al hijo de la mujer, que fue testigo del
asesinato; podemos suponer que su decisión de eliminarlo de la obra definitiva responde
al hecho de que ya había sido un suceso lo suficientemente espantoso como para
añadir más morbo y se limitó a hacer hincapié en la crueldad de las palabras
del hombre.
|
El suicidio de Dorothy Hale (1939) |
A modo también de plasmadora de
sucesos, pintó “El suicidio de Dorothy Hale” (1939), una actriz que Frida
conoció en Nueva York, que pasaba por apuros económicos después de la muerte de
su marido y que fue rechazada en Hollywood por considerarla demasiado vieja; no
viendo otra salida organizó una gran fiesta y tras despedir a los invitados se
tiró desde una ventana del edificio Hampshire House.
Sin duda Frida se sintió identificada con Dorothy, compartiendo el mismo
sentimiento de soledad por la pérdida de su marido (Frida ya se había separado
de Diego) y por su estado de ruina económica (por el mismo motivo); nuestra
artista describe con total realismo el acto del suicidio, que divide en tres
momentos como si de un comic se tratara, el último de los cuales acaba con la
mujer muerta en el suelo, ensangrentada, pero con los ojos abiertos y mirando
al espectador, interpelándolo, como si buscara un acto de reflexión ante el
hecho de su muerte. Con este cuadro, Frida convierte a la actriz casi en una
mártir, en una víctima de la injusticia y la crueldad de los hombres, de una
forma similar a la mujer asesinada de “Unos cuantos piquetitos”.
Su
realidad más cercana, la de una compatriota asesinada por celos, la de una
amiga que termina con su vida porque no ve otra salida, la cruel realidad de
pasar por varios abortos, sucesos que sintió la necesidad de plasmar con sus
pinceles, interpelando al espectador a una reflexión, hacen de Frida una
creadora de discursos.
El
hecho de ser un icono del feminismo responde a este planteamiento; las
feministas han interpretado la vida y obra de Frida como un ejemplo de
combatibilidad, un ejemplo de mujer con ideales por los que lucha en una
sociedad donde la ideología dominante era la del hombre, ya fuera desde el punto
de vista político como desde el punto de vista personal, abordando temas “de
mujeres”; la artista es para el movimiento feminista modelo de mujer
independiente y autosuficiente, aunque sólo es necesario echar un vistazo a los
escritos personales de la artista para darse cuenta que, en realidad, era un
disfraz que Frida decidió ponerse para poder sobrevivir a su angustia personal,
que en sus obras aparece con la descripción de dramas protagonizados por
mujeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario